La Cenicienta del Miami Open

Erase una vez un huevo. Un huevo relleno de sorpresas y bañado en chocolate, como el que se suele regalar en las Pascuas. Coincidentemente, eran las vísperas de Pascuas en Miami.

El sol pegaba muy fuerte y el calor malgastaba los lagrimales en el Grandstand. Allí, un muchachito de pelo corto, solo en un rincón, mataba el tiempo mirando un partido de tenis.

– ¿Qué hacés acá todavía?, le preguntamos con Danny Miche a Horacio Zeballos, mientras veíamos los primeros games del match del Peque Schwartzman.

– Estoy esperando por si se baja alguno más, soy el primero en la lista, respondió.

Es que ya habían ingresado dos competidores (Donaldson y Dutra Silva). Dos que habían perdido en la última ronda de clasificación. El, por sorteo (como se hace actualmente para evitar especulaciones), quedó afuera y esperando ser el siguiente. Comunmente, a esos jugadores se los denomina Lucky Loser (Perdedores Afortunados).

Pasó un día, pasaron dos, el torneo seguía. Mientras, él caminaba por la isla, en medio de la comunidad de Key Colony buscando su mejor forma en una de las pistas de tenis que se dispersan por allí. Su destino, según él, le tenía previsto una escala en León, México,  y luego en Houston, de regreso en Estados Unidos, antes de volver a casa.

Pero el viernes Santo modificaría parte de su vida, no su esencia pero sí en su cotidianeidad.

Acostumbrado a merodear los alrededores del círculo privilegiado, y antes de ingresar por última vez a la sala oval, atravesando la puerta marrón chocolate, cruzó su paso un mensaje. «Prepárate que vas a jugar. En 90 minutos sales a la pista», se leía en él.

«Seguramente, entrás por Goffin», le dijo Fran Yunis, su escudero y entrenador. El belga (acompañado de una bella doncella) estaba en dudas de ingresar al torneo por problemas de salud. Sin embargo, la sorpresa sería mayor

Ingresó a la sala, comenzó a alistarse y de algún lugar escuchó una frase: «hasta que den las 12». No se supo a qué se refería, pero él jugaría con Federer pasado el mediodía.

Sin ser David, tampoco enfrentó a Goliat, pero el nombre Del Potro seguía inspirando respeto. Como Héctor, había que ser inteligente para derrotar a Aquiles, buscando su lado vulnerable. La leyenda, el talón, el mortal, el revés.

La victoria lo encontró incrédulo, cansado y con un premio en metálico que hacía rato no lograba por dos horas de competencia. Los niños vienen con un pan bajo el brazo, murmuran a gritos los mayores en el vecindario, y Ema parece estar dándole la razón, aunque aún faltan varias lunas para que la conozcan.

Dos días después de aquella primera felicidad, siguieron sin dar las 12. El madrileño Fernando Verdasco nunca fue del todo un caballero, aunque tampoco un villano, pero al momento de estrechar la mano pensó seriamente en la deslealtad de su adversario.

La victoria volvió a sorprenderlo pidiendo «por favor», cerca de la divisoria de campos. Era tiempo de celebrar las Pascuas, de salir a hacer cuentas, de sonreir.

Los puntos le daban para ingresar en tierras europeas a Roland Garros y Wimbledon y le garantizaba ingresos que parecía haber olvidado. Su asesor contable cerraba números. 67.350 de Miami, 40 mil de Rolanga y otro tanto de Wimbledon, como mínimo. Lo suficiente como para asegurarle los primeros meses de pañales y biberones a Ema.

Finalmente, de la tierra del chocolate, llegó quien le marcaría las 12, y lo de siempre, caballos en ratones y carroza en calabaza. Las piernas dieron poco más qu epara llegar a tomar sus petates. Pero fue bueno, «me voy tranquilo», dijo después de saludar a Goffin.

Había terminado Semana Santa, habían terminado las Pascuas.

 

 

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